Saturday, July 01, 2017

Año Universal 1 (no dejes de escribir)

dijo la voz misteriosa pero cansada de que el devenir viniera a confirmar que las ostras habían sufrido la cantidad exacta y necesaria para que de forma súbita entregaran las perlas.
Colgado en la pared se encontraba la versión restaurada del Ecce Homo con esa mirada penetrante que sólo sus trazos poco finos y carentes de toda técnica y cordura producidas por más de ocho décadas de existencia (en esta densidad) podrían alcanzar.
Lejos de todo el ruido que se avecinaba había un deseo sincero de convergencia.
A partir de ese mismo instante, surgieron sincronicidades asombrosas, juegos de resonancias entre las personas escogidas al azar.
Murmuraba de forma frecuente algo así como El médico me tiene que dar las pastillas de la mente mientras que con el pelo asqueroso daba vueltas por el supermercado encontrándose con nuevos y viejos dioses, los cuáles con poco disimulo (o esfuerzo para disimular) le miraban de manera inquisitiva o avergonzados o tal vez sorprendidos (de mala manera) para recordarle categóricamente su mala decisión de no ducharse por la mañana antes de comprar inciensos de variados viejos dioses antes de dar su dinero a los nuevos.
El bambú doblado por la nieve que fue más intensa luego del camino por la plaza universitaria antes que las lágrimas del devenir estuvieran listas para hacerlo despertar en la consciencia de que puede que la ecuación no haya estado equivocada.  Con todo debía recrear lo mejor que pudiera las condiciones del vuelo original. Sin embargo las raíces eran fuertes y estaban fortalecidas por las hojas del otoño que en otras encarnaciones fueron errores.
Me encontraba caminando en esas calles poco aseadas dónde a veces se ponía el circo para mirar en el suelo y de forma inesperada encontrarme unas lucas que me sonrieron de forma cómplice lo que al son de la música de la segunda entrega de aquel marcante título de videojuego hicieron que el día no estuviera tan terrible.
Al menos por dos minutos.
Era una persona distinta luego de haber leído esa historia pero más aún por el uso de ese curiosamente pijama de polar.
Le cargó tanto el escozor de la prenda que las frecuencias vibratoriales en ese devenir confabularon en forma de hurto intempestivo en la oficina casi como si fuera la peor situación ya que mi medidor de campos electromagnéticos comenzó a dar señales erráticas y las psicofonías no se hicieron esperar.
Ah, entonces jamás ocurrió este diálogo.
En medio de cadenas colgadas e instrumentos bastante peculiares me di cuenta que sólo estaba haciendo una narración a propósito de viajes desafortunados y malas decisiones que habían producido efectos en el entramado espacio-tiempo en forma de desgracias sutiles y vulgares.

La carne no tiene nada que ver.

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